miércoles, 31 de diciembre de 2008

Los funerales de la mamá grande: Amalia Solorzáno


TRIBUNA
Los funerales de la mamá grande

30.12.08 -
MANUEL PEINADO LORCA

En memoria de doña Amalia Solórzano de Cárdenas, 'mamá grande del exilio español'.

ENVUELTO en la bandera de la República de México, el 5 de noviembre de 1940 el féretro donde reposaba el cuerpo del último presidente de la Segunda República Española, don Manuel Azaña, salía por la puerta de un modesto hotel de Montauban, Francia. Un silencioso cortejo de españoles huidos del horror de la guerra acompañó al cadáver en la marcha lenta, silenciosa y dolida hacia el cementerio donde todavía reposa. Aquel entierro fue el final de la agonía de un hombre que había salido de España moralmente deshecho y mortalmente enfermo, y el término del ominoso exilio que había sufrido el presidente de una asesinada República, al que el gobierno colaboracionista francés había negado el reconocimiento y el estatuto preferente que se debe a todo jefe de Estado de una nación democrática, incluyendo la prohibición expresa de cubrir el féretro con la bandera española. En su atribulado exilio, carente de recursos, secuestrados sus bienes, sus amigos y su familia por los agentes franquistas en colaboración con la Gestapo, Azaña, como otros miles de desdichados españoles, no encontró más socorro que el del gobierno mexicano, entonces presidido por el general Lázaro Cárdenas, cuyo sexenio de mandato (1934-1940) coincidió con nuestra Guerra Civil.
La actuación del gobierno mexicano con Azaña no fue más que un símbolo de la prodigiosa solidaridad con que, impulsados por el gobierno cardenista, los mexicanos atendieron a los republicanos españoles en el exilio, a esos españoles a los que Franco llamaba «la anti-España que había que aniquilar». En el océano de indignidad en que se convirtió el trato de las potencias europeas hacia los republicanos españoles, México fue una isla excepcional. Abandonados por todos, más de treinta mil españoles, entre los cuales se encontraba lo más granado de la ciencia, la cultura y las artes españolas, encontraron en la República de México el único refugio seguro.
La historia del exilio español en México se inició en junio de 1937, cuando llegaron al puerto de Veracruz los después llamados 'niños de Morelia', casi quinientos huérfanos españoles de entre 3 y 16 años de edad. Aquellos niños fueron acogidos en la ciudad de Morelia bajo la tutela directa de doña Amalia Solórzano, esposa del presidente Cárdenas, quien lo hizo de corazón, como lo demuestra la carta personal que dirigió al presidente Azaña para agradecerle que le hubiera confiado el cuidado de estos niños «para que algún día puedan defender el ideal de su patria». Desde entonces, la primera dama mexicana siguió con atención el cuidado y la educación de aquellos niños, que hoy, ya jubilados, la siguen recordando como «la mamá grande de los niños españoles».
Conocí a doña Amalia en 2002, cuando se desplazó hasta España para conmemorar los actos que el Ayuntamiento de Alcalá de Henares, que entonces yo presidía, había organizado en homenaje a su esposo y con él al exilio español. Acompañada por su hijo Cuauhtémoc, tres veces candidato presidencial de México (le fue hurtada su victoria electoral en 2002) y primer gobernador democrático de México DF, doña Amalia, que por entonces tenía 92 años, asistió a todos los actos organizados con una vitalidad impropia de su avanzada edad. Discreta en su vestir y exquisita en el trato, de aquella mujer que había protagonizado la vida política de México en la primera mitad del siglo XX emanaba el halo de dignidad que caracteriza a las personas nobles de alma y rectas de intenciones. Escuchar su conversación, salpicada de historias sobre la presidencia de su esposo, y en particular sobre los dos acontecimientos que ella mejor recordaba, la llegada de los huérfanos y la nacionalización del petróleo, era tener el privilegio de oír historia viva narrada con la cadenciosa voz de una dama tropical.
Testigo y protagonista de un siglo en la historia moderna de México, Amalita, como la llamaban en su estado natal, Michoacán, falleció el pasado 12 de diciembre en compañía de su familia y con 97 años de dignidad a sus espaldas, en la misma casa de la calle Andes, en Lomas de Chapultepec, en la que hace 38 años moría su marido. Y no sólo era la misma casa, era el mismo escenario. El ataúd al pie de la escalera, como el del general, el de éste cubierto con la bandera nacional, el de doña Amalia con un mantón; eran los mismos deudos, y tras el paso del tiempo, también los mismos dolientes, encabezados por el actual presidente de la República y por el colectivo que más ha sentido su muerte, los hoy septuagenarios 'niños de Morelia' y sus descendientes, que forman hoy parte de la nutrida colonia española del Distrito Federal.
Amalia Solórzano fue una figura fundamental en la vida mexicana, no sólo como compañera del hombre del que se enamoró siendo una niña burguesa de tan sólo 15 años y él un victorioso general revolucionario de 33, sino por el apoyo que brindó a los marginados de su país y por haber gestionado con enorme dignidad y acierto el legado político y personal de su marido, quien, junto al fundador de la República, don Benito Juárez, sigue siendo la figura política más respetada de México y ejemplo de gobernante democrático para toda Latinoamérica.
Como la de don Lázaro, la historia de doña Amalia, identificada como él con el verdadero nacionalismo revolucionario mexicano hoy tan desgastado y pervertido, se resume en su honestidad, discreción, congruencia y compromiso con el pueblo llano. Como esposa, madre y abuela de destacados dirigentes, doña Amalia personificó la crónica nacional de buena parte de la política mexicana del siglo XX.
Su muerte entristece a México y enluta a todos los grupos sociales, académicos e intelectuales, pero donde más se siente la pérdida es en la comunidad de descendientes del exilio republicano español, para quienes doña Amalia fue como una madre atenta y generosa que quiso estar con ellos para siempre. Siguiendo sus últimos deseos, los restos de la 'mamá grande' reposan ahora en el Panteón Español de la Ciudad de México. Descanse en paz esa buena mujer.
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